24 de febrero de 2008

Girando el timón



No sé qué busco en la vida, sólo sé que busco algo, y que no lo encuentro.

Hace tiempo que me doy cuenta de que mi problema puede ser que nunca lo encontraré. Mi insaciable ambición me lleva a resistirme a aceptar que la vida es esto, que no hay nada más. Nunca me he rendido ante nada. No quisiera rendirme ante la vida, ante todo. Pero quizás me equivoco, quizás debería resignarme, dejar de buscar...Pero no puedo.


Durante muchos años he buscado gente. No personas cualesquiera, sino esos seres maravillosos, infinitamente interesantes que hacen que cuando los conoces el mundo se pare y algo dentro de tí grite "Eureka!"...

Cuando los encuentro, siento que los estrujo, intentando empaparme de ellos, absorviendo cual esponja cuanto de ellos emana...Les admiro tanto, que ansío saber todo lo que ellos saben, y me empleo de lleno en saciarme de ellos, conviriéndome en una vampiresa que en lugar de su sangre, chupara su cultura, sus pensamientos, y en el fondo, sus almas... A veces siento que les saco todo cuanto tienen, que les vacío por dentro... Me bebo sus palabras, y quiero enjuagar hasta la más amarga de sus lágrimas. Escucho sus silencios, lloro sus risas. Pienso en ellos aún sabiendo que ellos no se acuerdan de mi existencia. Adopto sus gustos: leo sus libros, escucho su música, me informo sobre aquello que les interesa, veo sus películas, me aficiono a sus series favoritas, aprendo sus juegos...con la esperanza de jugar algún día con ellos.

Cuando encuentro esa persona especial, me interesa todo sobre ella: quiero que me aporte todo, quiero succionar sus intereses en la vida, quiero en definitiva, conocerle... hasta conocerle más de lo que probablemente me conozco a mí misma.


Me he dado cuenta de que mi comportamiento es totalmente inusual hoy en día.

A nadie parece interesarle conocer de verdad a otra persona. Ni siquiera a los que nos rodean, a los que están a nuestro lado cada día, ni siquiera a los que están lejos, ni a nuestros "amigos", ni a nuestra familia.

A nadie parece interesarle conocerme.


Ahora doy un giro al timón.

He tenido la suerte de conocer grandes personas en mi vida. A todos ellos, les debo algo de lo que hoy soy. A muchos les debo libros, y ésa es una de mis más grandes deudas... Esas recomendaciones, esas lecturas que me han llenado tanto, no pueden pagarse sino con la misma moneda: las palabras. A todos, les he robado. Les he robado ideas, frases, amores, gustos, promesas... Les he robado sin piedad, hasta considerar propias algunas de esas pertenencias ajenas. Me han aportado todo, porque yo he adoptado todo, porque mi corazón era receptor, porque mi alma les recibía con los brazos abiertos.


Ahora, doy un giro al timón.

Ya no quiero recibir, quiero dar.

No quiero seguir buscando quien me pueda aportar algo, quiero que a alguien le interese lo que yo pueda aportar. Quizás no es mucho, pero precísamente ahí esta el milagro: quiero encontrar a quien mi pequeñez le baste, a quien mis menudencias le interesen...Quiero que me chupen la sangre, aunque no sea ni azul ni dulce... No quiero ser vampiresa, quiero ser víctima...

Ahora tengo un tesoro robado, robado a todos aquellos que pasaron por mi vida. Sólo espero que a alguien le atraiga este tesoro, hecho de pequeños retazos tomados de aquí y de allá, pero que el tiempo ha hecho ya totalmente mío. Pues ahora ésa soy yo...

Soy un tesoro escondido.

Y quiero que me busquen, que me descubran, que me roben...


Doy un giro al timón.

Ya no sólo busco gente interesante, sino aquellos a quienes yo les pueda interesar.




21 de febrero de 2008

Mesa para uno


Hace unos días, fui al cine.

La inevitable pregunta inmediata es: “¿Con quién fuiste?”
-“Sola”-respondo yo.
-“¡Venga ya, dinos con quién!”

Y probablemente, aunque continuara insistiendo en haber ido sola al cine, no sólo no me hubieran creído, sino que hubieran imaginado alguna morbosa historia por la cual la identidad de mi misterioso acompañante tuviera que permanecer oculta.

La verdad, es que fui sola al cine.
Aquella tarde, la había pasado en el gimnasio. Y había una película francesa en versión original que me interesaba ver, “Tu vas rire, mais je te quitte”. La idea era ir con una amiga. Poco antes de la hora en que debía comenzar la película, mi posible acompañante me confirmó que, por motivos verdaderamente justificados, finalmente no podría venir. Allí estaba yo, tras mis sesiones de “body-combat”, pero con ganas de que no acabara el día…y me dí cuenta de que a mí, me apetecía ir al cine. Y punto. Casi no quedaba tiempo, era cierto…y tras la sesión de gimnasio decidí que, un poco más de deporte, no me mataría. A menudo bromeo diciendo que yo no conozco el cansancio ni siento el dolor… Quizás sea cierto. Con la mochila del gimnasio al hombro, el anorak bien abrochado y dos coletas mal hechas para intentar quitarme de la cara mientras hacía “combat” ese flequillo rebelde que unas tijeras salvajes han dejado enmarcando mi cara… recorrí corriendo media Diagonal, sorteando el flujo humano de apacibles viandantes, que a menudo miraban no sin asombro ese extraño personaje de cara colorada, coletas alocadas y mochilón de apariencia incómoda que pasaba fugazmente antes sus atónitas miradas. Ya sin aliento, llegué al cine. Y llegué a tiempo.
El cine, un acierto, pues la sesión estaba organizada por el Institut francés de Barcelona, con presencia del guionista de la película, presentación de la misma y turno de preguntas….para practicar el idioma, “chapeau!”.

Nunca antes había ido sola al cine.
Dudo que mucha gente lo haya hecho.

Parece que tenemos miedo a nuestra propia compañía. Nuestra sociedad está acostumbrándonos, casi imponiéndonos una absurda cultura de masas.

Una persona sentada sola antes una taza de café en una cafetería, es capaz de despertar en nosotros una compasión que las más crudas imágenes televisivas de guerras, hambre, malos tratos, mortandad infantil o enfermedades no logran ni tan siquiera arañar…
No es irónico, es un hecho espeluznante.

Quizás esa persona está voluntariamente sola.
Quizás sumergirse en su propio interior le aporta más que rodearse de desconocidos conocidos.
Quizás está dialogando consigo mismo.
Quizás disfruta de su soledad.

Pues la soledad buscada es muy grata.

Pero sólo si es voluntariamente buscada; la soledad impuesta, ésa es tan poderosamente dañina que sería capaz de rayar un corazón hecho con la dureza del mismísimo diamante…
Es abismal la diferencia entre estar verdaderamente solo, y forzar la soledad... La desolación que desgarra por dentro hasta matarte de dolor de la primera, y el placer morboso de la segunda sólo pueden ser comprendidos por quienes, debido a las vicisitudes de la vida, han padecido esa soledad no deseada que hiela el alma...y han sido lo suficientemente osados para desafiar a la todopoderosa sociedad tentando y saboreando el regusto agridulce de la soledad buscada...

Hay muchas situaciones que son auténticos tabúes de la soledad. Muchas actividades, por alguna absurda razón, está socialmente mal visto que las desarrollemos solos, bajo pena de despertar bien sean las burlas, bien sea la lástima (y no sé qué es peor) de nuestros contemporáneos.
Hoy me doy cuenta de que esa parte de “femme fatal” que hay en mí se enorgullece, con perversa satisfacción de haber realizado muchas de ellas…

He viajado a un país extranjero sola. He hecho turismo en una ciudad desconocida sola. He ido al cine sola. He desayunado sola en una cafetería, y también, otra tarde, me he sentado plácidamente a disfrutar de un café en soledad. He ido innumerables veces al médico sola (nunca he logrado comprender el motivo de que esto cause asombro, ni el porqué de las insistentes “ofertas” de amigas para acompañarme, pues es que yo, sé ir solita al médico, gracias…). Me he sentado en un banco de un parque. He ido a la playa. He tomado el sol en una hamaca. He ido a correr por el paseo marítimo. He ido a una Iglesia. Me he sentado en otro parque, bajo una sombra en verano, a leer un libro. He deambulado por una ciudad que no era la mía, empujando una maleta, sin tener donde refugiarme del aplastante calor un día entero. He comido, he cenado, en el comedor de un Colegio Mayor, de una residencia de estudiantes. He ido a un concierto…

Porque cuando realmente sientes que quieres hacer algo, parece absurdo tener que seguir el arduo proceso de encontrar a alguien que quiera acompañarte.

No niego que a menudo esa compañía haría que la experiencia a vivir fuera infinitamente más preciosa. Pero la tarea de buscar, encontrar, convencer a alguien, a menudo casi coaccionarle para que te “regale” su compañía puede acabar no dando los frutos que desearías.

Y yo quiero ir al cine.
Y entonces, voy.
Y voy felizmente sola.

17 de febrero de 2008

Estrellas fugaces




Hay personas que pasan como estrellas fugaces por nuestras vidas...

Son hermosas, deslumbrántemente bellas, nos hechiza su presencia...

Llegan rápidamente, y se van.


Es imposible enjaular una estrella fugaz. Egoístamente quisiéramos conservarlas para siempre, quisiéramos hacerlas nuestras, que siempre estuvieran a nuestro lado. Sucumbimos antes ellas, y desearíamos poder meterlas en un botecito de cristal, que se convertiría en fuente inagotable de cálida luz, y así, cuando quisiéramos, podríamos mirar hipnotizados...nuestra estrella.


Pero las estrellas, al verse enjauladas, perderían su brillo, desaparecería su luminosa estela, moriría su hipnótica presencia.


No podemos enjaular una estrella.

Sin embargo, es curioso cómo, sin enjaularla, sin obligarla a quedarse encadenada a nuestro lado, podemos no perderla.

Del mismo modo que una vez pasó, veloz, a nuestro lado, si estamos atentos a su brillante estela, volverá algún día a pasar por nuesro lado. Y entonces quizás ocurra el más maravilloso de los milagros que pudieras pedirle a esa estrella: que fuera como si nunca se hubiera ido, que la confianza, permaneciera.


Siempre he maldito esa curiosa costumbre de la vida por la cual algunos caminos se entrecruzan como si de signos del destino se tratara. Pero he de reconocer que, en ocasiones, no debería maldecirlo, sino agradecerlo con todas mis fuerzas.


Por alguna razón, o quizás sin razón alguna, en mi camino se han ido cruzando personas.

Muchas de ellas, han desaparecido, y sé que nunca volverán... o si lo hacen, serán para mí auténticos desconocidos. Y puede parecer duro, pero no lamento para nada su pérdida.

Otras, son de esas personas que cuando las conoces te das inmediatamente cuenta de que ocultan algo y quieres saber qué es. Es como un sexto sentido, algo se despierta en tu interior, y empieza a vibrar armónicamente al mismo ritmo que su homónimo en la otra persona. Pocas veces ocurre, pero es maravilloso: el sentimiento de querer conocer a ese otro ser; sentir que te interesa verdaderamente lo que te pueda aportar, saber que quieres escucharle, que quieres compartir un tiempo de tu vida con ella... y que no es un sentimiento asimétrico, sino que a esa persona también le interesan tus vivencias, tus pensamientos, que recoge tus palabras, que las guarda en su interior... Es como descubrir una estrella. Entonces piensas: a ésta, no quiero perderla.


Las estrellas, son fugaces, y continúan su veloz recorrido por el desconocido y perverso cosmos. No puedes retenerlas.

No debes.

No es necesario.

Esa estrella puede seguir su camino totalmente independiente al tuyo. Ni siquiera necesitas volver a verla para no olvidar su belleza. Es increíble cómo el contacto puede ser innecesario... Porque aquel sentimiento inexplicable que un día nos unió, no es algo físico, no es de este mundo. Y como tal, no muere por la separación en términos de nuestro mundo. Aquella armonía continúa por alguna metafïsica razón vibrando...


Y algún día, los caminos de esas veloces estrellas, se volverán a cruzar...

Y será un instante, pero parecerá que nunca se separaron.

O quizás serán horas, meses, años... Pues ya el espacio y el tiempo carecen de sentido.


Y las preciosas estelas de purpurina de nuestras vidas se cruzarán en algún punto, se alejarán en muchos, y tejerán un hermoso tapiz dorado recortado contra el negro infinito de la vida.

Estarán muchas más veces separadas que unidas...


Nuestras estelas, son de purpurina dorada.


Los nodos en que se unen, son de oro.

8 de febrero de 2008

¿Cómo subes tú las escaleras?



Me he dado cuenta de por qué no soy como las demás: es, por las escaleras.


Cuarto piso con entresuelo.
Abro el portal. A la izquierda el ascensor, a la derecha, las escaleras.
Un insignificante rectándulo luminoso me llama, incitándome a pulsarlo, intenta dominarme, me atrae su reclamo...
No llamo el asecensor. Subo las escaleras.


Cuarto piso con entresuelo.
Abro el portal. A la izquierda el ascensor, a la derecha, las escaleras.
El rectángulo luminoso indica esta vez, que el ascensor esta bajando. Puedo esperarlo; son sólo unos instantes y las puertas de la comodidad se abrirán ante mí...
No lo espero. Subo las escaleras. Desde el entresuelo oigo cómo, sólo unos metros más abajo, ha llegado el ascensor: la pereza inunda el rellano.


Cuarto piso con entresuelo.
Abro el portal. A la izquierda el ascensor, a la derecha las escaleras.
La tentación aumenta: el asecensor está ahí, en el bajo, esperándome, como si supiera que yo iba a entrar en aquel preciso instante, dispuesto a apostar más fuerte: quiere dominarme, quiere ganar esta vez nuestra particular guerra.... Veo su luz, a través del translúcido cristal su interior me reclama. Decido...
Le doy la espalda, vuelvo la vista. Subo las escaleras.

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Voy en el metro, hora punta.
Llegamos a nuestro destino. Se abren las pueras. Como el resto de la masa de viajeros, salgo del vagón y me dirijo a la salida.
A la izquierda, las escaleras mecánicas. El frente de esa onda que es la masa que se propaga hacia el exterior del metro está ya subiéndolas.
Nado a contracorriente, me escabullo de entre la masa. Me dirijo hacia el otro lado: Subo andando las escaleras.


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Definitivamente, es por las escaleras.