Hace unos días, fui al cine.
La inevitable pregunta inmediata es: “¿Con quién fuiste?”
-“Sola”-respondo yo.
-“¡Venga ya, dinos con quién!”
Y probablemente, aunque continuara insistiendo en haber ido sola al cine, no sólo no me hubieran creído, sino que hubieran imaginado alguna morbosa historia por la cual la identidad de mi misterioso acompañante tuviera que permanecer oculta.
La verdad, es que fui sola al cine.
Aquella tarde, la había pasado en el gimnasio. Y había una película francesa en versión original que me interesaba ver, “Tu vas rire, mais je te quitte”. La idea era ir con una amiga. Poco antes de la hora en que debía comenzar la película, mi posible acompañante me confirmó que, por motivos verdaderamente justificados, finalmente no podría venir. Allí estaba yo, tras mis sesiones de “body-combat”, pero con ganas de que no acabara el día…y me dí cuenta de que a mí, me apetecía ir al cine. Y punto. Casi no quedaba tiempo, era cierto…y tras la sesión de gimnasio decidí que, un poco más de deporte, no me mataría. A menudo bromeo diciendo que yo no conozco el cansancio ni siento el dolor… Quizás sea cierto. Con la mochila del gimnasio al hombro, el anorak bien abrochado y dos coletas mal hechas para intentar quitarme de la cara mientras hacía “combat” ese flequillo rebelde que unas tijeras salvajes han dejado enmarcando mi cara… recorrí corriendo media Diagonal, sorteando el flujo humano de apacibles viandantes, que a menudo miraban no sin asombro ese extraño personaje de cara colorada, coletas alocadas y mochilón de apariencia incómoda que pasaba fugazmente antes sus atónitas miradas. Ya sin aliento, llegué al cine. Y llegué a tiempo.
El cine, un acierto, pues la sesión estaba organizada por el Institut francés de Barcelona, con presencia del guionista de la película, presentación de la misma y turno de preguntas….para practicar el idioma, “chapeau!”.
Nunca antes había ido sola al cine.
Dudo que mucha gente lo haya hecho.
Parece que tenemos miedo a nuestra propia compañía. Nuestra sociedad está acostumbrándonos, casi imponiéndonos una absurda cultura de masas.
Una persona sentada sola antes una taza de café en una cafetería, es capaz de despertar en nosotros una compasión que las más crudas imágenes televisivas de guerras, hambre, malos tratos, mortandad infantil o enfermedades no logran ni tan siquiera arañar…
No es irónico, es un hecho espeluznante.
Quizás esa persona está voluntariamente sola.
Quizás sumergirse en su propio interior le aporta más que rodearse de desconocidos conocidos.
Quizás está dialogando consigo mismo.
Quizás disfruta de su soledad.
Pues la soledad buscada es muy grata.
Pero sólo si es voluntariamente buscada; la soledad impuesta, ésa es tan poderosamente dañina que sería capaz de rayar un corazón hecho con la dureza del mismísimo diamante…
La inevitable pregunta inmediata es: “¿Con quién fuiste?”
-“Sola”-respondo yo.
-“¡Venga ya, dinos con quién!”
Y probablemente, aunque continuara insistiendo en haber ido sola al cine, no sólo no me hubieran creído, sino que hubieran imaginado alguna morbosa historia por la cual la identidad de mi misterioso acompañante tuviera que permanecer oculta.
La verdad, es que fui sola al cine.
Aquella tarde, la había pasado en el gimnasio. Y había una película francesa en versión original que me interesaba ver, “Tu vas rire, mais je te quitte”. La idea era ir con una amiga. Poco antes de la hora en que debía comenzar la película, mi posible acompañante me confirmó que, por motivos verdaderamente justificados, finalmente no podría venir. Allí estaba yo, tras mis sesiones de “body-combat”, pero con ganas de que no acabara el día…y me dí cuenta de que a mí, me apetecía ir al cine. Y punto. Casi no quedaba tiempo, era cierto…y tras la sesión de gimnasio decidí que, un poco más de deporte, no me mataría. A menudo bromeo diciendo que yo no conozco el cansancio ni siento el dolor… Quizás sea cierto. Con la mochila del gimnasio al hombro, el anorak bien abrochado y dos coletas mal hechas para intentar quitarme de la cara mientras hacía “combat” ese flequillo rebelde que unas tijeras salvajes han dejado enmarcando mi cara… recorrí corriendo media Diagonal, sorteando el flujo humano de apacibles viandantes, que a menudo miraban no sin asombro ese extraño personaje de cara colorada, coletas alocadas y mochilón de apariencia incómoda que pasaba fugazmente antes sus atónitas miradas. Ya sin aliento, llegué al cine. Y llegué a tiempo.
El cine, un acierto, pues la sesión estaba organizada por el Institut francés de Barcelona, con presencia del guionista de la película, presentación de la misma y turno de preguntas….para practicar el idioma, “chapeau!”.
Nunca antes había ido sola al cine.
Dudo que mucha gente lo haya hecho.
Parece que tenemos miedo a nuestra propia compañía. Nuestra sociedad está acostumbrándonos, casi imponiéndonos una absurda cultura de masas.
Una persona sentada sola antes una taza de café en una cafetería, es capaz de despertar en nosotros una compasión que las más crudas imágenes televisivas de guerras, hambre, malos tratos, mortandad infantil o enfermedades no logran ni tan siquiera arañar…
No es irónico, es un hecho espeluznante.
Quizás esa persona está voluntariamente sola.
Quizás sumergirse en su propio interior le aporta más que rodearse de desconocidos conocidos.
Quizás está dialogando consigo mismo.
Quizás disfruta de su soledad.
Pues la soledad buscada es muy grata.
Pero sólo si es voluntariamente buscada; la soledad impuesta, ésa es tan poderosamente dañina que sería capaz de rayar un corazón hecho con la dureza del mismísimo diamante…
Es abismal la diferencia entre estar verdaderamente solo, y forzar la soledad... La desolación que desgarra por dentro hasta matarte de dolor de la primera, y el placer morboso de la segunda sólo pueden ser comprendidos por quienes, debido a las vicisitudes de la vida, han padecido esa soledad no deseada que hiela el alma...y han sido lo suficientemente osados para desafiar a la todopoderosa sociedad tentando y saboreando el regusto agridulce de la soledad buscada...
Hay muchas situaciones que son auténticos tabúes de la soledad. Muchas actividades, por alguna absurda razón, está socialmente mal visto que las desarrollemos solos, bajo pena de despertar bien sean las burlas, bien sea la lástima (y no sé qué es peor) de nuestros contemporáneos.
Hoy me doy cuenta de que esa parte de “femme fatal” que hay en mí se enorgullece, con perversa satisfacción de haber realizado muchas de ellas…
He viajado a un país extranjero sola. He hecho turismo en una ciudad desconocida sola. He ido al cine sola. He desayunado sola en una cafetería, y también, otra tarde, me he sentado plácidamente a disfrutar de un café en soledad. He ido innumerables veces al médico sola (nunca he logrado comprender el motivo de que esto cause asombro, ni el porqué de las insistentes “ofertas” de amigas para acompañarme, pues es que yo, sé ir solita al médico, gracias…). Me he sentado en un banco de un parque. He ido a la playa. He tomado el sol en una hamaca. He ido a correr por el paseo marítimo. He ido a una Iglesia. Me he sentado en otro parque, bajo una sombra en verano, a leer un libro. He deambulado por una ciudad que no era la mía, empujando una maleta, sin tener donde refugiarme del aplastante calor un día entero. He comido, he cenado, en el comedor de un Colegio Mayor, de una residencia de estudiantes. He ido a un concierto…
Porque cuando realmente sientes que quieres hacer algo, parece absurdo tener que seguir el arduo proceso de encontrar a alguien que quiera acompañarte.
No niego que a menudo esa compañía haría que la experiencia a vivir fuera infinitamente más preciosa. Pero la tarea de buscar, encontrar, convencer a alguien, a menudo casi coaccionarle para que te “regale” su compañía puede acabar no dando los frutos que desearías.
Y yo quiero ir al cine.
Y entonces, voy.
Hay muchas situaciones que son auténticos tabúes de la soledad. Muchas actividades, por alguna absurda razón, está socialmente mal visto que las desarrollemos solos, bajo pena de despertar bien sean las burlas, bien sea la lástima (y no sé qué es peor) de nuestros contemporáneos.
Hoy me doy cuenta de que esa parte de “femme fatal” que hay en mí se enorgullece, con perversa satisfacción de haber realizado muchas de ellas…
He viajado a un país extranjero sola. He hecho turismo en una ciudad desconocida sola. He ido al cine sola. He desayunado sola en una cafetería, y también, otra tarde, me he sentado plácidamente a disfrutar de un café en soledad. He ido innumerables veces al médico sola (nunca he logrado comprender el motivo de que esto cause asombro, ni el porqué de las insistentes “ofertas” de amigas para acompañarme, pues es que yo, sé ir solita al médico, gracias…). Me he sentado en un banco de un parque. He ido a la playa. He tomado el sol en una hamaca. He ido a correr por el paseo marítimo. He ido a una Iglesia. Me he sentado en otro parque, bajo una sombra en verano, a leer un libro. He deambulado por una ciudad que no era la mía, empujando una maleta, sin tener donde refugiarme del aplastante calor un día entero. He comido, he cenado, en el comedor de un Colegio Mayor, de una residencia de estudiantes. He ido a un concierto…
Porque cuando realmente sientes que quieres hacer algo, parece absurdo tener que seguir el arduo proceso de encontrar a alguien que quiera acompañarte.
No niego que a menudo esa compañía haría que la experiencia a vivir fuera infinitamente más preciosa. Pero la tarea de buscar, encontrar, convencer a alguien, a menudo casi coaccionarle para que te “regale” su compañía puede acabar no dando los frutos que desearías.
Y yo quiero ir al cine.
Y entonces, voy.
Y voy felizmente sola.
3 comentarios:
Tienes mucha razón. No hay nada como la soledad buscada para disfrutar de uno mismo. Sobretodo me gusta estar sola en casa. Todos necesitamos nuestro espacio, pero unos más que otros...
Holas=D. De nuevo, akì, esque la neta estan chiditos tus escritos, jaja. Tienen taaanta razón, no hay necesidad de andar pidiendo compañia, si luego te salen con cara mal encarada y si te acompañan van con jeta, por lastima o porque les daras algo, mejor te ahorras eso y disfrutas de pasar un rato contigo misma, en las condiciones que se den al fin de ceuntas es tu propia experiencia la que vas guardando contigo misma.
La soledad, es quien te ayuda a resolver preguntas sin respuestas, es la única que siempre va a estar a tu lado, que no te abandona ni te defrauda...
La soledad es la tristeza de quien no ha sabido lo que es...
Gracias a ella aprendí a salir de los pozos en los que caía continuamente y a entrar para seguir aprendiéndola.
PD: Me gusta tu forma de pensar =)
Publicar un comentario