
Lanzo la varita al aire. La miro a contraluz mientras gira contra el cielo azul, bajo el sol cegador que hace empequeñecerse mis ojos. Ya baja; me preparo para recogerla. Fallo. Se estrella contra el suelo.
Vuelvo a empezar. Hago girar la varita entre mis dedos: da vueltas y más vueltas, me preparo para lanzarla otra vez...
Quizás la varita no es lo mío...
También tengo una cinta. De raso rojo. La he fabricado yo misma, pegando con esmero la brillante tela a un palo que me ha proporcionado mi padre.
Giro y giro rodeada de la roja estela de mi cinta. Me dejo llevar por una imaginaria música, doy vueltas hasta perder la orientación, hasta que sólo veo destellos rojos que me rodean y vuelan cual estrellas fugaces, veloces a mi alrededor. Trazo hermosas figuras en el aire: permanecen un brevísimo instante regocijando mi vista, para luego desmoronarse bajo mi atenta mirada, y perderse, y desaparecer en la nada. Pero retomo la cinta y muevo más rápida y ágilmente mi mano, intentando que las figuras no se desvanezcan esta vez, que su belleza rompa las leyes de la gravedad, que mi obra, permanezca... Pero debo atenerme a las leyes del cruel mundo en que me ha tocado vivir...
De pequeña, quería ser majorette... Desfilar al son de la música creando belleza con mi varita. Mi tía iba a ser mi manager en el mundo del espectáculo: lo tenía todo calculado...Un amigo de mi padres les dijo una vez: “Que se dedique al ballet clásico, que por lo menos, es más decente”. Hoy, todavía orgullosa, mi madre dice que si no fuera “gracias a ella” , yo estaría en un circo...
A veces me pregunto si no hubiera sido mejor así. Quizás la felicidad me esperaba balanceándose en un trapecio, allí en los aires, bajo los focos de la carpa del circo... Y era yo quien debía ir a recogerla, cruzando la pista a través de la cuerda floja, dando una voltereta en el aire... agarrando esa felicidad... disfrutándola mientras deleitaba al público con mis gráciles movimientos; allí, bajo la carpa del circo, sola contra la gravedad, sola volando por los aires...
En el jardín de casa de mis padres, hay una morera. Cuando llega la primavera, anidan año tras año, en ella, las oropéndolas...
Siempre llegaba el día en que, al levantarme, me despertaba el canto de la oropéndola: una recurrente melodía, profunda, gutural, ya familiar... entonces, al mirar por la ventana, veía una sombra verde y dorada entre las ramas de mi morera: Ya han vuelto; ya están aquí: las oropéndolas. Un año más las preciosas oropéndolas, siempre unidas como por algún extraño y antiguo hechizo, a mi morera.
Un día, conseguí gusanos de seda. Quizás una treintena. Esto implicaba que, al año siguiente, si conservaba los huevos, tendría centenares. Aquí empezaron mis planes de negocio. Tenía los gusanos, tenía la morera. Podría anunciarme en el colegio, incluso, en el periódico local. Con la primera generación, inicié el negocio en el colegio...quedándome el número suficiente de gusanos para multiplicar el negocio la primavera siguiente. El crecimiento de los gusanos (y los beneficios), sería exponencial año tras año. Establecí mis precios: tanto el gusano, tanto la bolsita de hojas de morera.
Siempre quise fundar un negocio, cotizar en Bolsa...; y ésta fue mi primera empresa.
“Compraba y vendía,
gusanos de seda” (*)
100 pesetas por hacerse socio del Club “Las cuatro estaciones”.
Ésta era la cuota para entrar en un club que formé en mi clase de 3º del colegio, del cual, evidentemente, yo era la jefa. Y lo extraño es que toda mi clase, casi 30 niños, me siguieron a mi, una niña de 9 o 10 años, pagaron, y pasaron a formar parte del club más influyente y poderoso que jamás vio la luz en el Colegio Público “Pedro I”.
La cuota les daba derecho a un carnet, que yo confeccionaba manualmente, personalizado con esmero. En él, figuraba el rango: mero “socio”, “vice-jefe” (los más cercanos), o “jefa”, cargo vitalicio, personal e intransferible, privilegio único y exclusivo de la fundadora del Club.
Durante el periodo de tiempo que logramos mantener la unidad, se organizaron meriendas, fiestas, encuentros en el parque, reuniones en la biblioteca... El mayor éxito fue la organización de un concurso de manualidades con gran número de participantes, elección de un jurado, y premios financiados con la cuota de entrada (insuficiente): la diferencia corrió sin arrepentimiento a cargo de la jefa. Pues la jefa podía ser dictatorial, pero ese Club era su vida, su gran ilusión... La maestra de la clase siempre recodará a esa pequeña niña rubia mandona, con el cuaderno de clase sobre la mesa, ajena a las explicaciones (sin duda trascendentales) de la maestra de primaria... Pero con una caja de dudosa procedencia en el casillero, una bolsa de plástico entre las piernas, una carpeta abierta sobre las rodillas, recortando carnets, pegando fotos, repartiendo hojas a los demás niños como si de una clase paralela se tratara...
Todos los grandes imperios con gobierno unipersonal y autoritario, sufren problemas de cohesión interna. Al igual que el Imperio Romano, mi imperio se fue desmoronando, los súbditos se sublevaron, me vi traicionada por los más próximos..”¿Tú también, hijo mío?”
Periodista...
Siempre quise ser periodista.
Estando en el colegio, paralelamente al Club “Las cuatro estaciones”, quise fundar un periódico. Repartí las secciones de acuerdo con los gustos, capacidades y aptitudes de cada miembro del Club. Llegué a recibir 3 o 4 artículos de los encargados a mis redactores. Yo misma confeccioné unos cuantos... Pero una vez más, me resigné a la decepción. Aunque yo puse toda mi ilusión en aquel proyecto, y la excitación del mismo no me dejó dormir durante semanas, permanecí impaciente esperando artículos prometidos que nunca llegaron, y constaté que por una vez, no podía hacerlo todo yo sola. Y descubrí entonces que mi solitaria pasión por la literatura seguiría siendo eso, una pasión solitaria en la cual me podía refugiar cuando el mundo, mi mundo, me fallaba... Y comprendí entonces que mi orden de prioridades no era común, que estaba sola, sola yo con mis libros y mis escritos, mis reflexiones y mis cuentos... y que nada podía hacer para cambiar ya no sólo a una clase de 30 niños, sino a lo que había detrás: a una sociedad entera de pasotismo, que alababa la incultura y la inactividad.
Tras semanas sin dormir, finalmente publiqué mi periódico...
en mis sueños.
“Cómo ser espía”
No recuerdo cuándo me regalaron este libro, pero era mi libro de cabecera. En él aprendí los quehaceres del negocio del espionaje, los trucos necesarios para el desarrollo de la profesión, los gajes del oficio... Tomé las huellas dactilares a todos los miembros de la familia, y las conservé en un cuaderno privado... durante un tiempo me dediqué a poner en práctica los trucos aprendidos en mi libro: pegar cabellos en los bordes de los cajones, para comprobar si habían sido abiertos, recuperar huellas en los objetos echando polvos de talco, enviar mensajes cifrados... Y en verdad, mi libro era certero. Lo comprobé el cuatrimestre pasado, cuando en la asignatura “Transmisión de datos” el profesor explicó, a modo de curiosidad, el método de encriptación denominado de la “Escítala”... para aprender eso no necesitaba yo estudiar una carrera, pues ya aparecía en mi libro, aquel libro que guió mi conducta en mi infancia... Mi interés por el espionaje sin duda se alimentaba de los libros que ávidamente leía: “Los cinco”, “Pakto secreto”, “Trixie Belden”, y mi admirado y adorado “Flanagan”, de Andreu Martí y Jaume Ribera, y toda su saga...
Leyendo todos estos libros, continuó mi deseo de ser, algún día, agente secreto: bien mediante el ejercicio libre de la profesión, como detective privado, bien entrando en el servicio secreto.
Y quizás sea ésta la única de las profesiones que he citado que todavía no descarto... porque en los servicios secretos, seguro que necesitan ingenieros: en el CSID, o a este paso, quizás en la Interpol ...
Nunca, jamás, pensé en ser ingeniero...
Y es que quién sabe, en la infancia, lo que le depara el futuro... Pero de todo lo que un día quise, entre todas las profesiones, tantas y tan variadas que barajé... nunca pasó por mi cabecita dedicarme a aquella a la cual he regalado mi juventud...
Y he acabado queriendo ser ingeniero...
Et aujourd’hui,
moi voilà…
Polytechnicienne ... X2007...
Vuelvo a empezar. Hago girar la varita entre mis dedos: da vueltas y más vueltas, me preparo para lanzarla otra vez...
Quizás la varita no es lo mío...
También tengo una cinta. De raso rojo. La he fabricado yo misma, pegando con esmero la brillante tela a un palo que me ha proporcionado mi padre.
Giro y giro rodeada de la roja estela de mi cinta. Me dejo llevar por una imaginaria música, doy vueltas hasta perder la orientación, hasta que sólo veo destellos rojos que me rodean y vuelan cual estrellas fugaces, veloces a mi alrededor. Trazo hermosas figuras en el aire: permanecen un brevísimo instante regocijando mi vista, para luego desmoronarse bajo mi atenta mirada, y perderse, y desaparecer en la nada. Pero retomo la cinta y muevo más rápida y ágilmente mi mano, intentando que las figuras no se desvanezcan esta vez, que su belleza rompa las leyes de la gravedad, que mi obra, permanezca... Pero debo atenerme a las leyes del cruel mundo en que me ha tocado vivir...
De pequeña, quería ser majorette... Desfilar al son de la música creando belleza con mi varita. Mi tía iba a ser mi manager en el mundo del espectáculo: lo tenía todo calculado...Un amigo de mi padres les dijo una vez: “Que se dedique al ballet clásico, que por lo menos, es más decente”. Hoy, todavía orgullosa, mi madre dice que si no fuera “gracias a ella” , yo estaría en un circo...
A veces me pregunto si no hubiera sido mejor así. Quizás la felicidad me esperaba balanceándose en un trapecio, allí en los aires, bajo los focos de la carpa del circo... Y era yo quien debía ir a recogerla, cruzando la pista a través de la cuerda floja, dando una voltereta en el aire... agarrando esa felicidad... disfrutándola mientras deleitaba al público con mis gráciles movimientos; allí, bajo la carpa del circo, sola contra la gravedad, sola volando por los aires...
En el jardín de casa de mis padres, hay una morera. Cuando llega la primavera, anidan año tras año, en ella, las oropéndolas...
Siempre llegaba el día en que, al levantarme, me despertaba el canto de la oropéndola: una recurrente melodía, profunda, gutural, ya familiar... entonces, al mirar por la ventana, veía una sombra verde y dorada entre las ramas de mi morera: Ya han vuelto; ya están aquí: las oropéndolas. Un año más las preciosas oropéndolas, siempre unidas como por algún extraño y antiguo hechizo, a mi morera.
Un día, conseguí gusanos de seda. Quizás una treintena. Esto implicaba que, al año siguiente, si conservaba los huevos, tendría centenares. Aquí empezaron mis planes de negocio. Tenía los gusanos, tenía la morera. Podría anunciarme en el colegio, incluso, en el periódico local. Con la primera generación, inicié el negocio en el colegio...quedándome el número suficiente de gusanos para multiplicar el negocio la primavera siguiente. El crecimiento de los gusanos (y los beneficios), sería exponencial año tras año. Establecí mis precios: tanto el gusano, tanto la bolsita de hojas de morera.
Siempre quise fundar un negocio, cotizar en Bolsa...; y ésta fue mi primera empresa.
“Compraba y vendía,
gusanos de seda” (*)
100 pesetas por hacerse socio del Club “Las cuatro estaciones”.
Ésta era la cuota para entrar en un club que formé en mi clase de 3º del colegio, del cual, evidentemente, yo era la jefa. Y lo extraño es que toda mi clase, casi 30 niños, me siguieron a mi, una niña de 9 o 10 años, pagaron, y pasaron a formar parte del club más influyente y poderoso que jamás vio la luz en el Colegio Público “Pedro I”.
La cuota les daba derecho a un carnet, que yo confeccionaba manualmente, personalizado con esmero. En él, figuraba el rango: mero “socio”, “vice-jefe” (los más cercanos), o “jefa”, cargo vitalicio, personal e intransferible, privilegio único y exclusivo de la fundadora del Club.
Durante el periodo de tiempo que logramos mantener la unidad, se organizaron meriendas, fiestas, encuentros en el parque, reuniones en la biblioteca... El mayor éxito fue la organización de un concurso de manualidades con gran número de participantes, elección de un jurado, y premios financiados con la cuota de entrada (insuficiente): la diferencia corrió sin arrepentimiento a cargo de la jefa. Pues la jefa podía ser dictatorial, pero ese Club era su vida, su gran ilusión... La maestra de la clase siempre recodará a esa pequeña niña rubia mandona, con el cuaderno de clase sobre la mesa, ajena a las explicaciones (sin duda trascendentales) de la maestra de primaria... Pero con una caja de dudosa procedencia en el casillero, una bolsa de plástico entre las piernas, una carpeta abierta sobre las rodillas, recortando carnets, pegando fotos, repartiendo hojas a los demás niños como si de una clase paralela se tratara...
Todos los grandes imperios con gobierno unipersonal y autoritario, sufren problemas de cohesión interna. Al igual que el Imperio Romano, mi imperio se fue desmoronando, los súbditos se sublevaron, me vi traicionada por los más próximos..”¿Tú también, hijo mío?”
Periodista...
Siempre quise ser periodista.
Estando en el colegio, paralelamente al Club “Las cuatro estaciones”, quise fundar un periódico. Repartí las secciones de acuerdo con los gustos, capacidades y aptitudes de cada miembro del Club. Llegué a recibir 3 o 4 artículos de los encargados a mis redactores. Yo misma confeccioné unos cuantos... Pero una vez más, me resigné a la decepción. Aunque yo puse toda mi ilusión en aquel proyecto, y la excitación del mismo no me dejó dormir durante semanas, permanecí impaciente esperando artículos prometidos que nunca llegaron, y constaté que por una vez, no podía hacerlo todo yo sola. Y descubrí entonces que mi solitaria pasión por la literatura seguiría siendo eso, una pasión solitaria en la cual me podía refugiar cuando el mundo, mi mundo, me fallaba... Y comprendí entonces que mi orden de prioridades no era común, que estaba sola, sola yo con mis libros y mis escritos, mis reflexiones y mis cuentos... y que nada podía hacer para cambiar ya no sólo a una clase de 30 niños, sino a lo que había detrás: a una sociedad entera de pasotismo, que alababa la incultura y la inactividad.
Tras semanas sin dormir, finalmente publiqué mi periódico...
en mis sueños.
“Cómo ser espía”
No recuerdo cuándo me regalaron este libro, pero era mi libro de cabecera. En él aprendí los quehaceres del negocio del espionaje, los trucos necesarios para el desarrollo de la profesión, los gajes del oficio... Tomé las huellas dactilares a todos los miembros de la familia, y las conservé en un cuaderno privado... durante un tiempo me dediqué a poner en práctica los trucos aprendidos en mi libro: pegar cabellos en los bordes de los cajones, para comprobar si habían sido abiertos, recuperar huellas en los objetos echando polvos de talco, enviar mensajes cifrados... Y en verdad, mi libro era certero. Lo comprobé el cuatrimestre pasado, cuando en la asignatura “Transmisión de datos” el profesor explicó, a modo de curiosidad, el método de encriptación denominado de la “Escítala”... para aprender eso no necesitaba yo estudiar una carrera, pues ya aparecía en mi libro, aquel libro que guió mi conducta en mi infancia... Mi interés por el espionaje sin duda se alimentaba de los libros que ávidamente leía: “Los cinco”, “Pakto secreto”, “Trixie Belden”, y mi admirado y adorado “Flanagan”, de Andreu Martí y Jaume Ribera, y toda su saga...
Leyendo todos estos libros, continuó mi deseo de ser, algún día, agente secreto: bien mediante el ejercicio libre de la profesión, como detective privado, bien entrando en el servicio secreto.
Y quizás sea ésta la única de las profesiones que he citado que todavía no descarto... porque en los servicios secretos, seguro que necesitan ingenieros: en el CSID, o a este paso, quizás en la Interpol ...
Nunca, jamás, pensé en ser ingeniero...
Y es que quién sabe, en la infancia, lo que le depara el futuro... Pero de todo lo que un día quise, entre todas las profesiones, tantas y tan variadas que barajé... nunca pasó por mi cabecita dedicarme a aquella a la cual he regalado mi juventud...
Y he acabado queriendo ser ingeniero...
Et aujourd’hui,
moi voilà…
Polytechnicienne ... X2007...
(*)Seda, de Alessandro Baricco.
2 comentarios:
SIN TI, PARÍS
Deja que se llenen mis ojos
con deseos prohibidos
y secretos cobardes,
con las tardes en tu boca
inundada de París
y el Sena
empapándome por dentro.
Asumiré
que tus manos
ya no forman parte de mi espalda,
que echo de menos
tus caricias furtivas,
que te marcharás
con aquel beso
hilvanado al lagrimal.
Ya no estás
y sin ti París
sueña aún más lejos.
El tiempo diluirá tu rostro
y aunque otros pasos
me guíen hasta allí
no lo veré más
sino en tus ojos.
Querido y auténtico anónimo:
Me debato entre calificarte de cobarde, o de atrayentemente misterioso...
En cualquier caso, está claro que tú tampoco persigues la gloria, creando poesías sin reclamar su autoría...
Quizás eres de los que piensa que "lo que sólo ocurre una vez es como si no hubiera ocurrido nunca"... Y del mismo modo, quizás este escrito tuyo, pase al olvido, sin que jamás sepa quién lo escribió.Entonces, efectivamente, será para todos, y lo que es peor, para tí y para mí, como si no me lo hubieras escrito nunca...
Condeno así a "Sin ti, París" al más inevitable de los olvidos...
Aunque como verás en la foto, no soy más que una niña...Y a las niñas pequeñas nos gusta jugar...
¿Jugamos al ratón y al gato?
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