25 de enero de 2008

Y eso a tí, ¿quién te lo prometió?



Todos hemos aprendido, o nos hemos visto obligados a aceptar, muchas veces a fuerza de los golpes de la vida, la famosa sentencia: "las palabras, se las lleva el viento".

En muchas, demasiadas ocasiones, es totalmente cierto.


Creo firmemente que uno debe decir lo que siente en cada momento, ya pueda resultar doloroso, o por el contrario deleitoso para su interlocutor. Sin embargo, no se debe hablar a la ligera... Muchos pecan de no decir nunca lo que sienten... otros de ser demasiado ligeros en palabras. Existen corazones crédulos que pueden llegar a confiar ciegamente en que las palabras, son siempre auténticas y sinceras. En que las palabras son mucho más que eso, en que son promesas. Cuando finalmente confío en alguien, lo hago con tanta fuerza, que mi sinceridad puede resultar demasiado directa. Quizás por eso, por mi propio bien, son pocos en quienes de verdad confío... Pero en cualquier caso, sea un comentario banal o transcendental, intento no decir nunca nada que no pienso realmente, que no siento como verdad absoluta en ese instante. Por ello, apelo a los demás a que hagan lo mismo, a que la abundante palabrería vacía totalmente de sinceridad, la guarden, y no confundan a quienes sólo dicen lo que realmente sienten, que seguro asumirán que su interlocutor está haciendo lo mismo.


Por un lado, es autodestructivo vivir acorazados. Por otro lado, entiendo que muchas de esas promesas, declaraciones, profusiones de amor u odio...vienen marcadas por unas determinadas circunstancias, y que es en el marco de esas circunstancias donde deben ser consideradas y pueden ser comprendidas.... que sacadas de ese marco, carecen de sentido, y se disuelven en la nada, pues no pueden vivir sino en ese contexto, nacido de dos, en que fueron un día creadas. Por ello, todos desconfiamos un poco de las palabras. Porque para muchos son eso, sólo palabras, aunque he de confesar que cuando salen de mis labios nunca son únicamente eso, sino que son auténticos trocitos de mi corazón, de ese corazón mío que tanto miedo me da, que tanto guardo y paradójicamente tanto entrego, que regalo a quien, con su atenta escucha, quiere acogerlos...


En general, cuando nos prometen eternidad con palabras.... pocos confían demasiado en el peso de esas promesas.

Por ello, creo que las más dolorosas de las promesas incumplidas son aquellas que nunca nadie nos hizo, sino que nosotros solos asumimos. Porque creímos que si nunca se hicieron, si nunca se pronunciaron, no fue porque ese vínculo no se estuviera creando, sino porque precísamente ese lazo se estaba forjando con una fuerza mucho mayor de la que las palabras podían soldar: con la fuerza del alma, de las almas que creen encontrarse y unirse más allá de lo perceptible, más allá del mero sonido de una voz...con la fuerza del "sobran las palabras"...

Sin duda,son estas promesas asumidas las que más duelen al ser quebrantadas.
Y pienso en mi, en mis espectativas, en mis frecuentes decepciones...



¿Quién me prometió que siempre estaría allí, que aunque por las circunstancias de la vida dejáramos de vernos 6 horas al día, de sentarnos codo con codo, de respirar el mismo aire... de mí nunca se olvidaría? ¿Quién que siempre tendría tiempo para mí, para mis charlas, para mi dialéctica, quién que siempre me escucharía?
Nadie lo hizo, sólo yo, que lo asumía. Creí que no importaría a quién conoceríamos en el futuro, quién o qué se cruzaría en nuestro camino. Creí que la profundidad de esta o aquella relación tocaba algo más que el superficie, que era muchísimo más que el mero contacto diario, que estaba arraigada en las entrañas, que no era sólo la falsedad de una costra que se arañaba...
Yo creí. Nadie más. La vieja idea del "no hay nadie insustituible" entró a jugar sus cartas en la partida... pues hubo quien me sustituyó en esa superficie, alguien que se podía tocar, que se podía acariciar, que se podía palpar...día a día. Y otras personas se cruzaron en el camino, y otras circunstancias, y otras vidas...
Y la superficie ganó la batalla, y acaparó el todo. Y el todo se convirtió en superficie. Y la apariencia ganó la guerra.




¿Quién me prometió que los secretos compartidos siempre nos unirían? ¿Quién que el hecho de ver, sentir sus lágrimas e intentar secarlas transformándolas en mías crearía una unión entre nosotros que nunca se disolvería? Abrí mi corazón, y a mí también me lo abrieron. Escuché lo que ese corazón ajeno me contaba, le oí llorar, le escuché gritar... y eran dos corazones que al unísono cantaban... Pensé que un vínculo así, quedaría de una forma u otra, para siempre.... Quizás no con tanta intensidad, quizás sin esa viveza que de tan viva, quemaba como el fuego... pero sí que siempre permanecería un resplandor de la llama que fue...



¿Quién me prometió que, al verme, correría a saludarme? ¿Que todo sería como antes, que la confianza permanecería, que aunque no nos viéramos por mucho tiempo, al encontrarnos, la atmósfera no se enrarecería? Pero comprobé que hay ambientes que se enrarecen cuando dos sombras de un mismo recuerdo están demasiado cerca. Y ese pasado fue tan distitnto al presente, que hace que se abra una brecha infranqueable entre los dos, y al sentir esa atmósfera, empieza a emanar de mi interior el devastador sentimiento de la decepción, que enmudece mis palabras, que ensordece mis oidos, que endurece mi corazón... y la brecha crece y crece, imparable, entre los dos.
Pensé que muchas cosas podrían faltarme: el ánimo, el mismo aliento... pero nunca la palabra de aquella persona que fue especial. Y un buen día, sin ni siquiera esperarlo, te encuentras con una de esas personas con quienes lloraste la Historia de una vida... Y entonces te preguntas: ¿en qué momento pasaste de contármelo todo, a no hablarme? ¿En qué momento, de entregarme tu corazón, a no saludarme al verme?
Nada entiendes.
Nada entiendo.



¿Quién me prometió que su amistad estaba por encima de lo cotidiano, por encima del "quién compra hoy el aceite" o el "a quién le toca fregar el baño"? A veces te das cuenta de que sólo tú creías en aquella amistad, que sobrevalorabas a aquellos que considerabas tus amigos, que esperabas unos determinados comportamientos... que una vez más no llegaron, pero que nadie te había prometido.


¿Quién me dijo que siempre recordaría que yo hubiera luchado por ella cuando nadie más lo hacía? ¿Que me creara enemigos por defenderla, por ser su amiga? ¿Que diera la cara por ella cuando ni siquiera ella se atrevía a enfrentarse a quienes ensombrecían su propia vida? Rompí voluntariamente relaciones, sin verme obligada en ningún momento a ello, por luchar por otra amistad en la cual ciegamente creía. Me expuse a un fuego que no era para mí. Pare balas con mi cuerpo que no iban dirigidas a mí, sino a quien estaba detrás. Conseguí salvar a quien se ocultaba a mis espaldas... y no sólo pare balas, sino que las dirigí, las lacé contra su enemigo... y se convirtió en mi enemigo, y paradójicamente, volvió a ser su amigo... y los bandos cambiaron de signo. La diferencia fue que yo, luchaba sin chaleco, pues nadie acudió como yo lo había hecho, a parar el fuego que ahora sí, iba hacia mí dirigido.



¿Prometió aquella amiga que estaría a mi lado en los malos momentos? ¿Acaso prometió que cuando yo me derrumbara bajo el peso de los acontecimientos, que cuando no puedira soportar mi vida sobre mis hombros, ella correría a mi lado para aligerar ese peso? La decepción llegó una vez más cuando aquella amiga, viendo que yo no podía con mi vida, no sólo no me prestó su espalda para compartir mi peso, para ayudarme en el camino, para recorrer junto a mí el penoso sendero...sino que añadió más kilos a la ya de por sí pesada carga.



La decepción es uno de los más crueles sentimientos que jamás he vivido...
Y lo peor de todo, es que es inevitable.



Hay quienes sé que adoptan la cobarde postura de no esperar nunca nada de nadie. Así, creen librarse de las posibles decepciones posteriores. Yo no comparto esa postura. Y aunque la creyera adecuada, el problema es que soy incapaz de adoptarla, de llevarla a cabo.



Porque no puedo evitar esperar unos determinados comportamientos de quienes me rodean. Soy absolutamente incapaz de refrenarme en mis esperanzas, en mis sueños, en mis ilusiones... Esta incapacidad me transtorna cada día, pues conlleva decepciones que quedan clavadas en mi corazón, rasgándolo como espinas durante días, meses o incluso años... Pero por otro lado, me esperanza. Y me alegro de que así sea: me alegro de seguir esperando cada día. A pesar de los disgustos pasados, a pesar del dolor ya vivido, me alegro de seguir teniendo todavía la pureza, casi me atrevería a decir de seguir manteniendo la inocencia necesaria para seguir confiando, para seguir soñando... que esta vez será diferente, que no me decepcionarán, que mi alma obtendrá por fin aquello que ansía... Y por ello, me encuentro una vez más creyendo en promesas que nadie ha pronunciado...Pero ese hecho me da esperzanzas porque pienso que después de todo, quizás no soy tan mala; que aún puedo salvar mi alma inmoral del fuego eterno...



Mi postura frente al "no esperar nada de nadie", es precísamente la contraria: esperar con más fuerza cada día. Esperar... a que te traicionen de nuevo.

Y entonces, cuando llega una vez más el imparable sentimiento de la decepción, te das cuenta... de que jamás nadie te prometió nada. Y el día en que vea mis esperanzas una vez más quebrantadas (pues sé que ese día llegará), recordaré que, en verdad, soy sólo yo la que se traiciona. Y me daré cuenta de que los amigos, no son psicólogos; de que el "sobran las palabras" muchas veces no basta, pues tampoco son videntes, y hay cosas que hace falta decirlas; de que no me han traicionado, puesto que no sabían que yo esperaba aquello, y aún menos con tanta intensidad, con tanta fuerza...


Si ha habido traición, ha sido únicamente... la de mis propios sueños.


Pues a mí eso, ¿quién me lo prometió?


Nadie lo hizo.

Sólo yo, que lo esperaba.



5 comentarios:

Anónimo dijo...

Realmente impresionante, la verdad es que tienes razón, pero que se le va a hacer, no?? 1 beso!! *Concha*

Anónimo dijo...

Impresionante...
Puff... Mis oídos necesitaban escuchar algo así. Y necesitaban oírlo HOY.
También creía yo que alguien me acompañaría en estos exámenes, como lo hizo en estos últimos tres años. Que estaría conmigo y con esa sensación pegajosa y desagradable que se me instala en el estómago la noche antes del examen. Que se tumbaría a mi lado en la cama la noche después del examen, y comprobaría conmigo los fallos y aciertos.
Pero lo cierto es que estoy más sola que nunca y las preguntas de examen "suenan" más extrañas que nunca.
Creía yo que alguien me había prometido estar a mi lado en cada golpe.
PERO A MÍ TAMPOCO NADIE ME PROMETIÓ NADA. SÓLO YO, QUE LO ESPERABA.

Anónimo dijo...

Y sí, es cobarde no esperar nada de nadie... Pero lo que es aún más patético es no esperarlo y seguir dando el 100%...

Anónimo dijo...

Holas..

Este escrito me ha conmovido a un grado extremo =SS... Es verdad, es algo pêsimo esperar y dar el 120% y no ver respuesta. Pero aveces es bueno ser pêsimista, asî si las cosas salen mal diremos: "ah, me lo suponia, ya lo veia venir...¬¬...", pero si ehn su defecto salen bien, diremos, "Woow, que genial.." y estaremos felices (supongo n_n') porque no, nos lo esperabamos...Y tienes razón, la decepción es inevotable, pero el sufrimiento y el tiemp que tarde el mismo es opcional... Yo hoy, por hoy, espero algo bueno...=DD. Auqnue creo que me kedarè sentada =S.

Anónimo dijo...

Fabuloso. Te felicito, felicito tu forma de pensar, tus palabras...

Saludos. Maëlyss